Entre los matorrales donde su madre feral trató de protegerlos, Freya y sus hermanos —Eir, Sif y Tyr— empezaron la vida con un desafío enorme. Llegaron al mundo frágiles, con los ojitos muy enfermos y el peligro rondando demasiado cerca. Mientras sus hermanos se recuperaban poco a poco, Freya libraba una batalla más dura. Su cuerpecito necesitó cuidados intensos y, aunque perdió uno de sus ojitos, ganó algo aún más grande: una nueva oportunidad.

Hoy Freya vive en una casa de acogida, rodeada de amor y mimos. Es una gatita preciosa, suave como una osita, que adora acurrucarse, dar abracitos y buscar el contacto con las personas. Su dulzura y confianza conquistan a quien la conoce: es puro cariño hecho gato.

Freya hace vida completamente normal, juega, salta y disfruta cada día como si supiera que la vida le ha dado una segunda oportunidad. Ahora solo le falta lo más importante: una familia que la mire como ella mira al mundo… con ternura, sin miedo y con todo el corazón.

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